RIO+20: Con sabor a poco. En meses pasados, los negociadores se reunieron en repetidas ocasiones en lo que se conoce como las “informales informales”, con el objetivo de concluir un documento que asegurara un compromiso renovado con el desarrollo sostenible y que sobre todo, ayude a cumplir nuevos retos. Respecto a esto, el Secretario General de Naciones Unidas Ban Ki Moon, enfatizó que el tiempo antes de la reunión de junio era ya muy corto, indicando que cuando se reunieran en Río, los Jefes de Estado y de gobierno tenían que tener ante ellos un documento conciso que cumpla con sus expectativas. Ban sostuvo que no era razonable o práctico dejar muchos asuntos sin resolver y que los líderes tuvieran que negociar cuando llegaran a la conferencia. Con un pronóstico ya de por si reservado, el pasado 22 de junio la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Desarrollo Sostenible (CDS o Río +20) llegó a su fin con el sentimiento común de haber sido una oportunidad desperdiciada. El documento final resultante, titulado “El futuro que queremos”, ofreció pocas sorpresas adicionales, pues el mismo tuvo que ser adoptado justo antes del inicio de la conferencia. En el mismo persistió un sentimiento de frustración debido al lenguaje débil que fue incluido al final con el objeto de que los delegados pudieran encontrar un terreno común. Los analistas señalan que el consenso global en relación a la propuesta de Colombia y Guatemala sobre los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) podría calificarse como uno de los pocos resultados positivos de la Conferencia. Los ODS definen metas y objetivos ambientales para equilibrar el crecimiento socioeconómico con el uso sostenible de los recursos naturales para todo el planeta. De forma similar a los Objetivos del Milenio (ODM), los ODS son ocho y tienen la finalidad de: darle al mundo seguridad alimentaria (para el 2030 se necesitaría 50% más de alimentos); aumentar el acceso al agua potable (11% de la población mundial carece del recurso hídrico); asegurar servicios de energía renovable; impulsar del desarrollo de ciudades sostenibles; diseñar estrategias para proteger los océanos (el 85% de sus recursos tienen amenaza por sobreexplotación); disminuir la tasa de destrucción de ecosistemas (hay 19.817 especies de flora y fauna en vías de extinción); mejorar la eficiencia en el uso de los recursos (consumo) y aumentar del empleo para reducir el número de personas con ingresos inferiores a un dólar diario. Desafortunadamente, los ODS no fueron definidos como vinculantes, por lo que cada país decidirá si los ejecuta. Por el momento, lo que prosigue es la creación de un grupo de trabajo de Naciones Unidas, conformado por 30 países, y el cual se encargará durante un año de darle forma al tema, así como ajustar metas y posiblemente compromisos reales. También se debe destacar que durante la cumbre, líderes políticos, empresas privadas y organizaciones firmaron aproximadamente 700 compromisos para dedicar más de € 400.000 millones al desarrollo sostenible. De igual manera, dichos compromisos suponen que alrededor de € 258.000 millones serán destinados a la iniciativa “Energía Sostenible para Todos” encabezada por el Secretario General de la ONU, Ban Ki Moon, que busca universalizar el acceso a fuentes sostenibles antes de 2030. La mayoría de las críticas provino de las ONG, las que señalaron el fracaso de la Conferencia y la falta de ambición de los líderes. Indicaron que no se hizo lugar a muchos reclamos de parte de la sociedad ya que no se prevé la creación de nuevos mecanismos de financiación para políticas de desarrollo sostenible, ni un acuerdo para crear una agencia que sea el brazo medioambiental de la ONU, ni nuevos pasos al frente en la protección de los océanos, ni la decisión de eliminar los subsidios a los combustibles fósiles o medidas que contribuyan a la erradicación de la pobreza en el mundo. Desde el Gobierno brasileño, anfitrión del encuentro e impulsor del acuerdo, admitieron las dificultades para cerrar un texto más ambicioso, aunque también insisten en que el éxito de Río+20 radica en que 193 naciones hayan alcanzado un consenso rápidamente y sin entrar en amargas discusiones. Desde la UE sostienen que Brasil ha optado por el camino fácil de articular un documento que deje a todos mínimamente contentos, aunque sea a costa de sacrificar los avances reales que se esperaban de esta cumbre. Muchos sostienen que el momento histórico en el cual se desarrolló la cumbre no ha sido el indicado. Ha coincidido con el crítico momento que viven varios países de la UE y la situación en EE UU, aún empantanado en la superación de su crisis económica y con unas elecciones a la vuelta de la esquina. En época de crisis, las políticas medioambientales y sociales suelen quedar en segundo plano.
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