Según la FAO en su informe “El estado mundial de la agricultura y la alimentación 2014”, las explotaciones familiares son parte de la solución para garantizar la seguridad alimentaria mundial, cuidar y proteger el entorno natural y terminar con la pobreza. Pero estos objetivos sólo son alcanzables si estas explotaciones pueden innovar para llegar a ser mucho más productivas y sostenibles, en un sistema que reconozca su diversidad y la complejidad de los desafíos que enfrentan.
Según el documento, las explotaciones familiares son con mucho la forma de agricultura dominante. Nueve de cada diez de las más de 570 millones de explotaciones que posee el mundo tienen una gestión individual o familiar y dependen sobre todo de mano de obra familiar. Estas explotaciones ocupan entre el 70 y el 80% de las tierras agrícolas y producen más del 80% del valor de los alimentos.
La gran mayoría de las explotaciones agrícolas del mundo son pequeñas o muy pequeñas, y en varios países su superficie está disminuyendo. A nivel mundial las explotaciones de menos de una hectárea representan el 72% del total, pero controlan sólo el 8% de las tierras. En cambio, sólo un 1% de las explotaciones en el mundo tiene una superficie de más de 50 hectáreas, pero estas controlan el 65% de la superficie cultivable. Muchas también pertenecen a una familia que las hace funcionar. La gran desigualdad refleja el predominio de explotaciones muy grandes en países de ingresos altos y medios-altos.
Para el caso de Argentina se utilizan los datos provenientes del Censo Nacional Agropecuario 2008, que reflejan que el país posee 277 mil explotaciones, en un área agrícola de 147,6 millones de hectáreas. El 51% de estas explotaciones poseen más de 50 hectáreas, y controlan el 98% de la superficie agrícola.
Si bien las explotaciones más pequeñas suelen lograr mayores rendimientos por hectárea debido a una utilización más intensiva de los recursos, lo que plantea desafíos desde el punto de vista ambiental, producen menos por trabajador. El aumento de la productividad por trabajador es una condición para el crecimiento de los ingresos. Por ello es fundamental que las familias de agricultores en países de ingresos medios y bajos puedan mejorar la productividad para aumentar la producción y los ingresos, reduciendo la pobreza rural y mejorando la seguridad alimentaria. A su vez, las comparaciones entre países muestran que los rendimientos por hectárea son muy inferiores en los países más pobres.
Pero no basta con producir más. Para que las sociedades prosperen a largo plazo, deben hacerlo de manera sostenible, conservando los recursos naturales y los ecosistemas. Para ello los agricultores familiares deben tener los conocimientos e incentivos necesarios para prestar servicios al medio ambiente.
De acuerdo a la FAO, entonces, las estrategias de innovación agrícola deben centrarse no sólo en la mejora de los rendimientos, sino también en la conservación de los recursos naturales y el aumento de los ingresos rurales. En ese sentido, es fundamental el aumento de la inversión pública en iniciativas de I+D agrícola, centrándose al mismo tiempo en la intensificación sostenible y en la reducción de las diferencias de rendimiento y productividad de la mano de obra. Además, los esfuerzos públicos para promover la innovación en la agricultura para las explotaciones familiares pequeñas y medianas deberían garantizar que la investigación, los servicios de asesoramiento y extensión, las instituciones de mercado y la infraestructura tengan un carácter inclusivo.
Finalmente, se señala que los agricultores familiares y sus organizaciones necesitan un entorno propicio para innovar, especialmente una buena gobernanza, condiciones macroeconómicas estables, regímenes jurídicos y reglamentarios transparentes, derechos de propiedad seguros, herramientas de gestión de riesgos e infraestructura de mercado.